jueves, diciembre 30, 2010

Aguafuerte del Subsuelo N° 8

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Por Friederick Pellinsky


Del Ama y Señora

Ya sería redundante hablar de las variadas prácticas sexuales que había en el subsuelo, y Uds. distinguidos lectores, se sentirían con todo derecho de cerrar esta octava aguafuerte por reiterativa, pero el personaje de hoy, que cierra la serie de las mujeres (sólo de momento, dado que hay material de ellas como para escribir veintisiete volúmenes, con anotaciones, prólogos y postfacios) requiere de atención especial. Y es que si el menú de posibilidades de satisfacción erótica del antro subterráneo era realmente amplísimo, sólo este personaje fue capaz de consumir todo lo que estaba en la carta, de de ser ella misma un resumen de todas las formas sexuales conocidas. Todo desfiló por sus cariñosos brazos: hombres, mujeres, de a dos, de a tres o más, solteros, solteras, casados, casadas, sadomasos, disfraces, drogas, alcohol, tabaco, juguetes, comida, aparatos, animales, plantas, extraterrestres, curas, monjas y entidades inmateriales.

Ella era grande, enorme, alta y ancha, aunque no “desagradablemente ancha” como otras. Sus vestiduras estaban basadas en el cuero, adornada por tachas, collares de metal y (hasta) una correa de perro. Su look, por momentos cercano al de las medio darkies industrialozas, por momentos al de las sadomaso, se completaba con una presencia fuerte del maquillaje, especialmente con bases blancas en la cara e intensos rojos en los labios. Por todo esto podrán comprender que ella tenía una presencia que difícilmente podía pasar desapercibida, incluso en la oscuridad reinante allí abajo, donde el brillo de su poco discreta figura se destacaba tanto que, por momentos, lastimaba los ojos.

Pero, más allá de su aspecto, que en el fondo era tan particular como el de tantas, lo que verdaderamente llamaba la atención era su actitud: es por su forma de ser que se ganó el apodo que he utilizado como título de esta aguafuerte. Nuestra agasajada se rodeaba de una corte de señoritas y muchachos que, por decirlo de una forma elegante, no temía demasiado manifestar su sexualidad, ya fuera entre ellos, ya con algún/a desconocido que cayera en sus brazos. Pero este grupo de destacada cachondez tenía una líder manifiesta y era ella. Y es que sus miembros se deslumbraron ante su impresionante y descarnada libido, que beso a beso, caricia a caricia, chupada a chupada, y penetración a penetración, la había sentado en un trono de oro desde el cual era servida por ellos en todos sus apetitos. Para ejemplificar cómo ella había tomado la posición de Ama y Señora, bastará con ver como se relacionaba con dos de sus súbditos principales.

El primero era “su novio”. Claro ahora Uds. pensarán, “de qué habla este narrador ebrio si me acaba de decir que la Ama y Señora se había consagrado minuciosamente a decapitar a todos los títeres que encontraba[1]”. Pero esto es real, el amor también había florecido para este simpático personaje, de una forma tan cándida y recatada como la que seguramente todos Uds. imaginarán. El chico, al igual que ella, tampoco fue precisamente una Penélope, y se paseaba por el cuadriculado suelo haciendo las delicias de toda/o la/el que quisiera disfrutar de su cuerpo. Aunque, y aquí es cuando la autoridad de esta mujer se ponía de manifiesto, en cuanto el Ama y Señora lo solicitaba, su amorcito volvía a casita para atender sólo aquella libido desbocada que tanto lo fascinaba.

La segunda esclava de lujo fue un personaje que merecería una aguafuerte de por sí, pero por ahora tendrán que conformarse apenas con lo que escriba aquí. La providencia había hecho acreedora a esta segunda sirvienta de un trasero de considerable calidad, que no dudaba en enseñar, parada arriba de algún parlante, a los parroquianos del subsuelo. Esta muchacha, que de manera muy ridícula se hacía llamar como un fenómeno meteorológico, era utilizada por el Ama y Señora como si fueran un animal de presa. Esto significa que la chica del culo precioso era enviada a “atrapar víctimas” para que su reinita se divirtiera. Así el Ama y Señora podía mirar alguna muchacha (o muchacho, pero en general el fenómeno meteorológico se usaba para atraer chicas) y entonces mandaba a su sabuesa a seducirla. Unos minutos después, la fiel esclava aparecía con su botín en la boca (generalmente labio con labio, o algo aún mejor), y se lo dejaba al Ama, quien agradecía el servicio de su mascota dejándola participar del banquete.

Para concluir esta breve semblanza de este distinguido grupo de gente, cabe mencionar que, aunque aparentemente muy abiertos de mente por la práctica de un sexo sin barreras, sus miembros no estuvieron exentos de celos. En especial el Ama y Señora mostró un cuidado por sus presas que por momentos pareció excesivo para alguien que andaba encamándose con todo lo que tuviera dos (y a veces más) patas. Muchos la vieron enojarse por encontrar a alguna de sus amantes en los brazos de otros; incluso cuando una vez el fenómeno meteorológico se fue de la mano con algún muchacho se sintió ofendida, y eso que cuando ocurrió esto ella también se encontraba… como decirlo… “atendida”. Un grupo de gente consideró que la mencionada era en realidad un tanto caprichosa, como una niña que se encabronaba cuando le quitabas un juguete que ni siquiera estaba usando. Otros, más políticos, creyeron encontrar en ella una representación de la máxima anarquista “el poder corrompe”, asegurando que su amor por el sexo sin dueño se vio destruido cuando tomó el rol de líder de la causa, y terminó transformándose en una déspota burguesa.

La reflexión de quien escribe estas líneas respecto de lo que han leído, que incluyo porque sé que todos Uds. leen estos textos con la esperanza de sacar alguna enseñanza que enriquezca sus vidas, invita a pensar en que podemos estar ante un ejemplo de cómo existe gente muy abierta que está dispuesta a tolerar todo... excepto aquello que les molesta... Y así ha sido un poco el subsuelo a veces, un juego en el cual algunos decían estar dispuestos a mucho más de lo que realmente estaban y, para terminar convenciendo al resto de que en realidad querían eso, se terminaron convenciendo a ellos mismos y queriéndolo. ¿Hipócrita? Un poco tal vez, pero los resultados terminaron siendo entretenidos y, como hoy me siento un bilardista extremo, un resultadista más devoto que el propio Fernando Niembro, lo dejo así. A sabiendas de que nada es perfecto, de que todo tiene fallas, prefiero estos defectos, a través de los cuales la superficialidad ha llevado a un exceso divertido, que otros, donde el cuidado de la propia imagen conduce a un aburrido recato.


[1] Para aquellos a los que les haya parecido muy rebuscado, quiero decir que no dejaba títere con cabeza. Si no lo entendieron de la forma que lo puse en el texto, please, lean más.



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