Por Miguel del Foco
Advertencia: esta nota posee severos anacronismos que pueden perturbar al lector informado.
En la historia del espectáculo mundial, uno de los problemas más conflictivos y recurrentes es el del “cartel”. Las disputas referidas a quién figura primero, quién en colores y quién tiene escrito en nombre más grande, o sea, respecto de quién es la estrella que se puede cagar en el resto, ha costado no pocas puteadas y ha llenado centenares de miles de millones de minutos de aire en esos comprometidos programas de chimentos que se emiten a la tarde. Aunque a algunos esto les pueda parecer raro[1], esta clase de inconvenientes no ha sido ajena al mundo intelectual: grandes escritores han luchado entre sí por el estrellato (o por una beca de 46 pesos con 14 centavos) como si fueran la última de las vedettes excedida en años buscando el postrero mango antes de que sus tetas digan “basta”.
Estas luchas fálicas por la supremacía del nombre, a pesar de las muchas teorías que proponen la muerte del autor y la disolución del sujeto, no han sido precisamente inocentes. Ha habido ganadores que han hecho de sus apellidos un objeto de culto, como Marx o Deleuze, y ha habido otros que, bochornosamente vencidos, fueron arrastrados al desprecio o, aún más doloroso, al olvido… como Engels o Gutattari[2]. Se sabe que estos dos últimos pensadores alguna vez, por obra y gracia de una discontinuidad histórica típica de formas de pensamiento que entienden al tiempo como algo no lineal, unieron sus fuerzas, inspirados por el odio común hacia aquellos compañeros de ruta que tuvieron un nombre más ilustre (o sea, hacia Marx por un lado y a Deleuze por el otro)
Las crónicas indican que juntos fundaron la “Asociación por el reconocimiento eterno de los nombres de autores que aparecen siempre en segundo lugar en libros famosos (ARENAASSL)”, entidad que consiguió amplio reconocimiento, en especial por la cervecera Guiness, que la incluyó en su famoso libro de récords como “la organización civil sin fines de lucro con el nombre más largo”. Un testigo del acto con que se dio inicio a las actividades de la asociación aseguró que Engels dio un acalorado discurso, con palabras que fueron, más o menos, como las siguientes:
Se dice que Marx dijo muchas cosas en
Aparte del discurso de Engels, que estaba, según las fuentes, visiblemente bebido, hubo también una amarga reflexión de Félix Guattari, cofundador de la organización, tesorero y portero. El patiño de Deleuze afirmó que él había sido discriminado como co autor de Mil mesetas y El anti Edipo, que los profesores universitarios siempre se referían a esos textos como “libros de Deleuze”, ignorando que su nombrecito estaba justo al lado del de Gilles.
Incluso yo mismo he llegado a confundirme y a citar frases mías como si fueran de él y les digo, no es justo, no lo es. Hace cinco años le sugerí que repartiéramos, que en algunas ediciones apareciera primero mi nombre y en otras el de él, pero me respondió “Dejame pensarlo y te digo” y ahora cada vez que le quiero hacer acordar eso me cambia de tema. Y yo creo que si le gusta tanto eso del yo que desaparece y que no es igual a sí mismo, del devenir imperceptible y la mar en coche, no debería importarle que me nombraran un poquito a mí cuando se hablan de las ideas de esos libros.
Luego de los discursos iniciales, ambos paladines de la segundidad disertaron respecto de los problemas que les provocaba su condición. Un miembro del público afirmó que, mal que mal, algo conocidos eran. A eso Engels respondió ·”Sí, claro. ¿Vos escuchaste hablar del `engelismo`?” “No” “Ahí tenés”. Guattari, un tanto más agresivo sostuvo: “Sí, claro, a mí me conoce mucha gente…, me conoce como ´el que andaba con Deleuze´ o se acuerdan de mí diciendo ´¿Cómo se llamaba el otro de Mil mesetas?` Si incluso en la nota de una revista irrespetuosa me han llamado `El patiño de Deleuze`[3]”. Dando muestras claras de ignorar por completo las condiciones materiales de su tiempo, otro que estaba entre la audiencia dijo “Pero tampoco es que Deleuze sea más conocido que Ricky Fort”.
Esa última frase provocó una serie de forcejeos que terminó con algún detenido y numerosas personas expulsadas del Burger King donde se hizo la ceremonia de inauguración. Al poco tiempo, luego de que la calma retornara, el público se conmovió cuando de manera imprevista subió al estrado un hombre que afirmaba querer afiliarse a la naciente institución. El sujeto, algo calvo, pero con una extraña mata de pelo a cada lado de su mollera desnuda, abrazó a Guattari y a Engels y gritó “Yo sé lo que se siente”. Nadie podía reconocerlo: tal vez se tratara de alguien que había coescrito algún texto con Theodor Adorno, Bataille, Sartre, Roland Barthes, o Moisés Iconicoff, pero no había persona capaz de decir quién era. Entonces, ante el desconcierto general, el hombre de los (pocos) pelos parados decidió hablar.
-Tal vez uds me conozcan: mi nombre es Larry Fine
-¿Quién?
-Larry Fine: ¡LARRY!
El público quedó estupefacto tratando de recordar libros famosos donde apareciera ese nombre, hasta que alguien gritó, tímidamente “¿El chiflado del medio?” “¡Sí!”, respondió Larry. Como la mayoría de los presentes todavía tenía problemas para entender de quién se trataba, el propio humorista tuvo que acotar “¿Se acuerdan de Curly y de Moe?” “Sí, claro” “Bueno yo soy el otro” “Ahhhhhhhhh, mirá vos”
Luego de que (al fin) fuera reconocido, Larry abrazó a Guattari y a Engels y les comentó: “si a uds les parece malo ser el segundo, no saben lo que es ser el del medio”. Inmediatamente después rompió en llanto, ante la mirada de reprobación de Engels, que de manera insensible insinuó que el cómico no tenía nada que hacer ahí. El chiflado se molestó ante el ataque del marx…[4] del comunista, y se defendió con argumentos bastante postmodernos.
-Lo que a vos te molesta –gritó Larry enfurecido - ,pedazo de ortodoxo, es que haya traído una terceridad que complique tu orden binario, tu dialéctica “Primero-último”. Guattari se quedó helado y no dijo nada. El chiflado continuó. “Bancarme los golpes de Moe sin ser tan gracioso como Curly me dejó en una posición anómala, donde no era ni el líder ni el ridículo, sino algo en el medio, algo indecible, inmemorable e intolerable. Y así fui borrado, un homo sacer. Pregunten por la calle, todos recordarán al “wooo,wooo” de Curly, o los golpes de Moe… pero nadie se acuerda un solo chiste mío. Ni uno solo. Estoy en un no lugar donde ni siquiera puedo reclamar mi afiliación a esta asociación, he sido dejado de lado a mi suerte”.
Larry se tiró al suelo, y luego intentó suicidarse haciéndose un autopiquete de ojos. Guattari lo salvó, conmovido por su incapacidad de devenir imperceptible, por la línea de fuga bloqueada. Engels, le dio la mano y reconoció a los “terceros” como el lumpen proletariado de las relaciones de producción intelectual y artística. Lo abrazó y juntos, de la mano, el coescritor de La ideología alemana, el coautor de Mil mesetas, y el miembro de los Tres Chiflados se levantaron ante el público y ratificaron su denuncia, diciendo que Marx, Deleuze, Moe y Curly, eran lo mismo.
Luego de eso tuvieron que firmar un acta fundación de la entidad, pero no pudieron ponerse de acuerdo respecto del orden en que deberían poner los nombres.
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