Izquierda sin barba
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Por Noemí Di Carlo
Decir que los tiempos pasan y se llevan consigo costumbres, ideas y personas parece banal, pero hay momentos en que es bueno señalarlo, porque existen algunos grupos que parecen olvidar esta realidad e intentan vivir como surgidos de las entrañas mismas de la eternidad. Día tras día se puede ver por la calle a mujeres y hombres que utilizan pantalones Oxford, y no porque sepan que se pusieron nuevamente de moda, sino porque nunca se enteraron que en los treinta y cuatro años que separan a 1975 del 2009, el mundo dio toda una amplísima gama de prendas diferentes para usar. Lo mismo ocurre con aquellos rockeros nostálgicos que en esta década siguen escuchando a grupos como los Beatles, Led Zeppelín, Yes, Genesis, Deep Purple o Pink Floyd, ajenos a que existen Babasónicos, Las Pastillas del Abuelo, Franz Ferdinand y toda una múltiple variedad de música actual que ha reemplazado a esos clásicos (y a lo sumo, si se consume en la actualidad una onda “retro” muy “cool”, la misma sólo ha autorizado a retroceder a aquello que fue producido en la década de 1980)
Un sector de la población que ha tenido particular capacidad para vivir más allá del tiempo es, sin ninguna duda, el de los militantes de izquierda. En los años en que yo era estudiante, los veía entusiasmada, resistiendo los golpes de la policía de Onganía con sus barbas y cabellos tan sexies moviéndose viriles al calor de la acción. Recuerdo que, entonces, me quedaba en un bar frente a la facultad, con un café en la mano y alguna medialuna, profundamente excitada por la agitación de aquellos luchadores con los que tanto me identificaba.
Pero luego de un tiempo, la continua aparición de esa imagen tan cabelluda se fue volviendo cada vez más común, y su impacto emocional decreció. Varios años después, siendo ya profesora, recuerdo una escena similar, en los albores del menemismo. Entonces estaba corrigiendo parciales en el mismo bar, enfrente de la facultad; recuerdo que le estaba poniendo un 2 a un alumno de aquella cátedra de literatura argentina, y un grupo de jóvenes, barbados y con pelo largo, eran desalojados a palazos de la calle que habían cortado para realizar una marcha. En esos momentos los miraba corriendo en medio de los gases lacrimógenos, y aquel espectáculo me provocó una reflexión: ¿por qué hay personas que no se animan a cambiar? ¿Por qué necesitan copiar pautas estéticas convencionales y no toman el riesgo de construir un discurso propio?
Aparte, digamos la verdad: la barba podía estar muy bien para las adolescentes, pero, en la adultez, es probable que traiga problemas bastante graves a la hora de mostrarse “en sociedad” con ella. Imaginen si alguien lleva a su novio a tomar el té con sus tías, el muchacho tiene su rostro cubierto de pelos, como si fuera un viking, y el merengue de las masitas se queda impregnado en su bello facial: ese aspecto sería inaceptable. Por eso, cuando en estos momentos escribo una nota con mi laptop para un diario de importante tirada a nivel nacional, y miro por televisión, en un bar de recoleta, con un capuchino, a un nuevo grupo de jóvenes marchando con el mismo look de hace cuarenta años, no puedo evitar sentir un poco de frustración. Estos chicos ya no pueden provocar el fervor romántico que sentí en mi alocada juventud, y deben intentar mostrar una nueva imagen, más prolija, para sus esfuerzos revolucionarios.
Así es que me reuní con un grupo de esforzados disidentes de varios partidos de izquierda (aquellos a los que esa señora un tanto desagradable llamada Mirtha Legrand llama cariñosamente “los zurditos”), todos preocupados por las falencias estéticas, por la falta de renovación de la militancia. Juntos, y ayudados por mi peluquero, Emannuele, entendimos que lo ideal era mostrar al mundo la nueva cara de la revolución, afeitada, por qué no esponsorizada por Gillette. Organizamos en el Malba un desfile con diferentes modelos que mostraban de qué manera el rostro sin barba podía perfectamente combinarse con los atuendos típicos de la lucha: la boina con la estrella, las remeras, las zapatillas de lona y la bandera.
El desfile fue un sueño. Miguel, Nacho y Nazareno estuvieron divinos, con sus rostros lampiños y sus remeras del Che, de “prohibido Bush” y de Macri vestido como un soldado Nazi. Mi tía y sus amigas estaban encantadas: “así de gusto ver a los zurdos”, dijeron, en el que considero su mayor acercamiento hacia la izquierda. Una amiga mía, diseñadora (sí, tengo una amiga diseñadora) presentó, también, unos trajes increíbles, basados en el uniforme de Fidel Castro, pero con el agregado de tajos, manchas rojas y agujeros que simulaban ser de bala: estaban hechos con mucho amor. Realmente no esperamos que los usen ahora mismo, pero nos parecieron divinos y creemos que podemos intentar imponerlos para la temporada de marchas 2010/2011.
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Debo reconocer que mis ideas todavía no tuvieron toda la aceptación que buscamos (por eso recién queremos lanzarlo para el año que viene, como dije en el párrafo anterior). Si bien algunos chicos le encontraron el lado positivo, y realmente se entusiasmaron con la idea de una lucha con una nueva estética que superara los errores del pasado, todavía quedan muchos militantes que son conservadores, que no quieren arriesgarse a revolucionar la revolución, que no se dan cuenta de que muchas, como yo, nos desencantamos de la barba y buscamos otra cosa de los combatientes. Ellos siguen ahí, prefiriendo correr de los gases con sus caras “peludas”. Ya verán que el tiempo nos dará la razón.
Así es que no desistiré en mi lucha, porque, mucha gente lo sabe, soy un poco bruja y sé cómo van a seguir las cosas. Por eso abrimos nuestro primer centro de belleza integral para el combatiente, a pocas cuadras de Plaza Serrano, que no sólo se dedicará a afeitar a los militantes que busquen el cambio, sino también trabajará en muchos otros aspectos de su estética que también están descuidados (la mayoría tiene el pelo hecho un asco). Por eso, de acá a unos meses, creo que podremos ver una profunda transformación, radical como el pensamiento marxista de los luchadores, completamente realizada desde nuestro estudio, y que llevará a los piquetes a un nuevo nivel. Y ya van a ver cómo les traeremos suerte.
Noemí Di Carlo fue profesora de literatura argentina en la UBA, ensayista y crítica literaria. Entre sus trabajos más importantes se encuentran una serie de artículos y libros dedicados a Adolfo Bioy Casares, tales como "Bioy, un escritor del límite" o "Diario de la guerra de Bioy". En la actualidad realiza charlas junto a Gonzalez Oro en el canal C5N.
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Un sector de la población que ha tenido particular capacidad para vivir más allá del tiempo es, sin ninguna duda, el de los militantes de izquierda. En los años en que yo era estudiante, los veía entusiasmada, resistiendo los golpes de la policía de Onganía con sus barbas y cabellos tan sexies moviéndose viriles al calor de la acción. Recuerdo que, entonces, me quedaba en un bar frente a la facultad, con un café en la mano y alguna medialuna, profundamente excitada por la agitación de aquellos luchadores con los que tanto me identificaba.
Pero luego de un tiempo, la continua aparición de esa imagen tan cabelluda se fue volviendo cada vez más común, y su impacto emocional decreció. Varios años después, siendo ya profesora, recuerdo una escena similar, en los albores del menemismo. Entonces estaba corrigiendo parciales en el mismo bar, enfrente de la facultad; recuerdo que le estaba poniendo un 2 a un alumno de aquella cátedra de literatura argentina, y un grupo de jóvenes, barbados y con pelo largo, eran desalojados a palazos de la calle que habían cortado para realizar una marcha. En esos momentos los miraba corriendo en medio de los gases lacrimógenos, y aquel espectáculo me provocó una reflexión: ¿por qué hay personas que no se animan a cambiar? ¿Por qué necesitan copiar pautas estéticas convencionales y no toman el riesgo de construir un discurso propio?
Aparte, digamos la verdad: la barba podía estar muy bien para las adolescentes, pero, en la adultez, es probable que traiga problemas bastante graves a la hora de mostrarse “en sociedad” con ella. Imaginen si alguien lleva a su novio a tomar el té con sus tías, el muchacho tiene su rostro cubierto de pelos, como si fuera un viking, y el merengue de las masitas se queda impregnado en su bello facial: ese aspecto sería inaceptable. Por eso, cuando en estos momentos escribo una nota con mi laptop para un diario de importante tirada a nivel nacional, y miro por televisión, en un bar de recoleta, con un capuchino, a un nuevo grupo de jóvenes marchando con el mismo look de hace cuarenta años, no puedo evitar sentir un poco de frustración. Estos chicos ya no pueden provocar el fervor romántico que sentí en mi alocada juventud, y deben intentar mostrar una nueva imagen, más prolija, para sus esfuerzos revolucionarios.
Así es que me reuní con un grupo de esforzados disidentes de varios partidos de izquierda (aquellos a los que esa señora un tanto desagradable llamada Mirtha Legrand llama cariñosamente “los zurditos”), todos preocupados por las falencias estéticas, por la falta de renovación de la militancia. Juntos, y ayudados por mi peluquero, Emannuele, entendimos que lo ideal era mostrar al mundo la nueva cara de la revolución, afeitada, por qué no esponsorizada por Gillette. Organizamos en el Malba un desfile con diferentes modelos que mostraban de qué manera el rostro sin barba podía perfectamente combinarse con los atuendos típicos de la lucha: la boina con la estrella, las remeras, las zapatillas de lona y la bandera.
El desfile fue un sueño. Miguel, Nacho y Nazareno estuvieron divinos, con sus rostros lampiños y sus remeras del Che, de “prohibido Bush” y de Macri vestido como un soldado Nazi. Mi tía y sus amigas estaban encantadas: “así de gusto ver a los zurdos”, dijeron, en el que considero su mayor acercamiento hacia la izquierda. Una amiga mía, diseñadora (sí, tengo una amiga diseñadora) presentó, también, unos trajes increíbles, basados en el uniforme de Fidel Castro, pero con el agregado de tajos, manchas rojas y agujeros que simulaban ser de bala: estaban hechos con mucho amor. Realmente no esperamos que los usen ahora mismo, pero nos parecieron divinos y creemos que podemos intentar imponerlos para la temporada de marchas 2010/2011.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEja9bXp-daEcb1xCwnBq39rTQ9CbiLD8aCZkDlcOCyN5e90-LfJB8xsILlyfh2PqFxJCkcJNPbr9f96ROySmXtSWFqcPICgRtvpaDiA_lOysfC8Vzb15AEvwDyEM2J7cXWiQrix/s400/trotsky+leon+sin+barba.jpg)
Debo reconocer que mis ideas todavía no tuvieron toda la aceptación que buscamos (por eso recién queremos lanzarlo para el año que viene, como dije en el párrafo anterior). Si bien algunos chicos le encontraron el lado positivo, y realmente se entusiasmaron con la idea de una lucha con una nueva estética que superara los errores del pasado, todavía quedan muchos militantes que son conservadores, que no quieren arriesgarse a revolucionar la revolución, que no se dan cuenta de que muchas, como yo, nos desencantamos de la barba y buscamos otra cosa de los combatientes. Ellos siguen ahí, prefiriendo correr de los gases con sus caras “peludas”. Ya verán que el tiempo nos dará la razón.
Así es que no desistiré en mi lucha, porque, mucha gente lo sabe, soy un poco bruja y sé cómo van a seguir las cosas. Por eso abrimos nuestro primer centro de belleza integral para el combatiente, a pocas cuadras de Plaza Serrano, que no sólo se dedicará a afeitar a los militantes que busquen el cambio, sino también trabajará en muchos otros aspectos de su estética que también están descuidados (la mayoría tiene el pelo hecho un asco). Por eso, de acá a unos meses, creo que podremos ver una profunda transformación, radical como el pensamiento marxista de los luchadores, completamente realizada desde nuestro estudio, y que llevará a los piquetes a un nuevo nivel. Y ya van a ver cómo les traeremos suerte.
Noemí Di Carlo fue profesora de literatura argentina en la UBA, ensayista y crítica literaria. Entre sus trabajos más importantes se encuentran una serie de artículos y libros dedicados a Adolfo Bioy Casares, tales como "Bioy, un escritor del límite" o "Diario de la guerra de Bioy". En la actualidad realiza charlas junto a Gonzalez Oro en el canal C5N.
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3 comentarios:
Estimada Profesora Noemí:
Me sorprende tener que aclararte un par de cosas:
- Es lógico que los barbudos de izquierda apaleados ya no te conmuevan como hace 40 primaveras: Tus hormonas siguen otros ritmos, los universitarios de hoy son esa masa ruidosa y desatenta que no te permiten explayarte sobre tu saber, ninguno de ellos sería candidato a recibir una caída de ojos tuya. Has cambiado. Tanto has cambiado que escribes para un diario de gran tirada en ua notebook en vez de hacerlo para un ignoto boletín literario mimeografiado, dedicaste parte de tu carrera a Manucho en vez de a Marechal o a Palacios. Organizas actividades que satisfacen a tus tías (!).
- Como legítimo pensador barbudo de izquierda, me veo en la obligación de hacerte notar que no siempre la existencia de pilosidades faciales es indicador de posiciones políticas. Sin ir más lejos, mi propia barba tiene su origen en una cuestión práctica: Cuando terminé la colimba estaba tan harto de rasurarme dolorosamente cada madrugada en condiciones infrahumanas que decidí abandonar semejante tortura diaria. Y lo he hecho con éxito durante más de un cuarto de siglo.
- Yo también he cambiado: Mi barba hoy cumple además una función: Disimula algo de la papada que se instaló debajo de mi rostro junto con el cinturón anti-ecológico que ocultó mi cintura.
- Me horroriza la inconsistencia de tu descripción: O bien tus modelos carecían de barba (cf. RAE http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=lampiño) o bien se habían afeitado a efectos de tu desfile.
- Tan bajo han caído los militantes de izquierda que precisan demostrar su falta de adhesión a un uniforme (que finalmente es tan artificial como su eliminación por simple decisión estética) para adecuarse a los tiempos, en vez de querer adecuar los tiempos a su punto de vista?
Qué será de nosotros, oh Karl? (No hablo de Lagerfeld, que quede claro!) Quién seguirá tu senda León ! (Tampoco hablo de Benarós ni de Gieco).
No somos nada...
Saludos,
Raúl
(Pensador de izquierda. La acción queda para los otros.)
P.S.: Sobre tu colaboración con el Negro González Oro en CN5, ni pienso hablar. Viva la libertad de expresión, aunque no me guste lo que oiga!
(Todo comentario de tu parte será bien recibido)
Estimado Raúl:
Primero, debo disculpar mi tardanza en la respuesta, pero es que los editores de esta revista han estado tan emocionados por ver una respuesta tan larga de un lector (o por ver una respuesta de un lector al fin, no se les entiende bien cuando se ponen contentos) , que sólo pensaban ne decirle gracias y otras tonterías que no respondían a sus inquietudes.
Respecto de mis hormonas, prefiero decir que mis cambios provienen de una nueva y mejor adaptación al mundo, que se consolidó desde que el tiempo me hizo heredar las propiedades de mi familia. Mi vida ahora tiene una sensible calma que se incomoda con los pelos.
Respecto de lo que menciona del bello facial como no indicador de tendencias polìticas, me encuentro en completo acuerdo: que todos los gatos tengan cuatro patas, no significa que todos los animales de cuatro patas sean gatos.
"Yo tambièn he cambiado..." En ese punto debo coincidir con ud, es verdad que en personas de cierta edad, una barba cuidada puede ser señal de madurez y de mejoramiento estético. Pero créame que no lo es en esos desaforados que poco entienden de la presentaciòn de su cuerpo.
Mis modelos en realidad no son militantes, son chicos que me han ayudado a mostrar una nueva imagen de la militancia y que son tan generosos que quieren hacerle un bien a la izquierda, a pesar de que no tienen mucha idea de lo que es (ni tampoco de lo que es la derecha, ni de que existen izquierda y derecha) Claro que se han mostrado sin barba, porque, justamente, mi idea es afeitar a la izquierda.
Para mí, los militantes de izquierda son recuperables: sólo hay que mostrarles nuevas formas de vestir, nuevas ideas, una nueva forma de militar y una nueva manera de ver el mundo. Si hacen eso, hasta le permitiría a mi nieta (cuando crezca) salir con uno.
PS: González Oro es un caballero y respeta la libertad de expresión de todos, en especial de la clase media alta porteña. Me siento muy contenida en su programa.
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