miércoles, diciembre 29, 2010

Centro de rehabilitación para deleuzianos

VOLVER


Por Pablo Secsfield

El centro de rehabilitación para víctimas del Síndrome de Glosolalia Frutera Deleuziana y otras enfermedades postmodernas “Ernesto Che Guevara” es una entidad de bien público que intenta aliviar el sufrimiento de cientos de argentinos que padecen este tipo de males filosófico-retóricos. Tuve la oportunidad de conocerla en el Subte D, una tarde mientras iba a las oficinas de la revista. Un joven con aspecto abochornado se subió al vagón y, mientras repartía unos folletos, declaró, con voz ritual de persona que solicita donaciones en un medio de transporte público:

-Sras y Sres, disculpen la molestia. Yo vengo de la granja de rehabilitación “Che Guevara”, soy un enfermo de SGFD en recuperación y vengo a pedir su ayuda porque gracias al centro muchas personas pueden recuperar la esperanza de tener una vida normal, una familia, un trabajo y la posibilidad de desbloquear la línea de fuga y devenir un no deleu… -el joven muy avergonzado se detuvo al ver que estaba a punto de tener una recaída en pleno subte- … digo que gracias al centro mucha gente tiene la oportunidad de dejar a Deleuze y volver con su novia, o de practicar deporte, o de escribir textos lineales reponiendo relaciones de causa efecto.

Para hacer más crudo su relato, el joven mostró, sin importarle la protesta del público, una parte de su nalga derecha, donde se podía ver parte de un tatuaje con el rostro del mismísimo pensador francés. Esa imagen causo consternación y pena en los pasajeros, que masivamente se volcaron hacia la latita donde el adicto en recuperación acumulaba las donaciones. Recuerdo la imagen de una anciana, que indignada le dijo a su compañero de asiento “Hay degenerados en la calle que se paran en las puertas de los jardines de infantes y le dan a los chicos libros de filósofos franceses de los sesentas y setentas”, mientras ponía en la improvisada urna monetaria un billete con la imagen de Rosas.

Antes de que el adicto en recuperación bajara del vagón del subte, me acerqué a él, con interés profesional, para interiorizarme respecto de las actividades que realizaba la entidad. Me facilitó un folleto con el cual se explicaba cómo reconocer a alguien que sufría de SGFD y se exhortaba a los enfermos a tratarse.

Luego de una charla, el joven me contó historias escalofriantes, no sólo de él, sino de otros adictos. “La primera palabra del hijo de un amigo mío fue rizoma: eso marca lo locos que estábamos. Uno puede hacerse a sí mismo lo que quiera, pero con los pibes, no. Uno se acostumbra a cualquier cosa: a no saber qué día es; a amanecer tatuado con una imagen de Deleuze en el culo; a dejar las drogas y el alcohol para quedarse leyendo y especulando sobre las ideas de Agamben; a olvidarse de que es navidad; a no saber quién es el presidente y dejar de tener relaciones sexuales”

“Uno de los casos más jodidos fue el de una chica, que estaba embarazada desde hacía nueve meses y medio y no se daba cuenta de que tenía que parir. La encontró su obstetra en su casa, en una pieza llena de polvo, con un montón de libros recién leídos tirados por el suelo. Estaba dormida arriba de un montón de fichas de cartón con anotaciones sobre libros de Deleuze, Blanchot, y Barthes hechas con sangre. Cuando tuvo el pibe, no lo reconoció: decía que el binarismo madre-hijo era una convención inaceptable y que los hijos no tienen autor”.

“Ahora estamos tratando de crear la biblioteca “Trotsky era más groso”, donde se le va a brindar una enorme variedad de textos a los pacientes para que puedan leer lo que quieran, excepto lo que ya sabemos que no tienen que leer. También van a ofrecer whisky nacional, fernet Lucera, marihuana, merca y hasta paco: lo que sea para mantenernos alejados de las discusiones y los tópicos de los autores “post”. Para todas estas actividades terapéuticas es que estamos necesitando la plata que buscamos en el subte”.

Otra actividad compleja descripta por el joven del centro de rehabilitación fue la de brindar apoyo a los enfermos que por culpa de su mal terminaron en prisión. “Tenemos un amigo preso por haber realizado un atentado terrorista contra una editorial que publicó una edición crítica de las obras de Hegel. El pibe se inmoló al grito de “la potencia de negación al poder”, y fue detenido antes de poder hacer explotar un ejemplar de Homo Sacer-bomba. Está pasando unos días muy duros en prisión; imaginate que ahí no hay devenir imperceptible ni potencia ni forma-de-vida que valga. Ahí te dan vuelta y vuelta y reíte del estado de excepción”.

Luego me siguió contando que los presos como ese, que realmente estaban sufriendo enormes dolores espirituales por la falta de contacto con la retórica postmoderna, y físico por el exceso de contacto con los otros reclusos, recibían importantes cargamentos de asistencia. Estos consistían en dos manuales de autoayuda escritos por uno de los psicólogos del centro, llamados “Hay vida después de Deleuze” y “Cuando decimos que hay vida después de Deleuze no estábamos hablando de Agamben”; un cuchillo; instrucciones para usar el cuchillo[1]; cigarrillos; vaselina; y una imagen erótica (fotoshopeada) de Foucault acostándose con Jorge Altamira.

La granja “Che Guevara”, por lo que me contó el paciente en recuperación, contaba también con un equipo de profesionales destinados a la siempre difícil tarea de de reinsertar en la sociedad a los ex adictos. Como ya contamos, muchos de ellos eran ex-convictos, pero incluso los que no habían pasado por prisión tenían muchas veces recelo por volver a tomar contacto con la vida cotidiana. Para ayudarlos a regresar al mundo, se les da un tratamiento con un fonoaudiólogo para que puedan recuperar varias de las palabras que, por desuso, los enfermos han perdido (como “binario”, “yo”, y la frase “esto es así”); también una guía de temas para mantener conversaciones casuales con los vecinos del edificio en que habita (comentarios sobre fútbol, vedettes, el tiempo, Tinelli, Lady Gaga, el MST, dinero y marcas de dulce de leche). Por otro lado, un equipo de psicólogos, terapistas ocupacionales, espiritistas y curanderos trabajan con la autoestima del adicto, para que pueda entender que sus opiniones no son necesariamente superiores a las del resto de los seres vivientes y que hablar sin utilizar la glosolalia frutera deleuziana (o los términos asociados con algún otro mal postmoderno) no sólo es posible, sino que también es deseable.

Por supuesto, los tratamientos enfrentan enormes dificultades. Los síndromes de abstinencia son sumamente complejos de tratar. Un glosólalo puede tener síntomas relacionados con la falta de contacto con Deleuze y Foucault a los dos días de cortado el consumo. Migrañas, aumento de la sudoración, largas conversaciones consigo mismo utilizando los conceptos ya señalados e insultos inmotivados a partidos de izquierda pueden ser observados en los pacientes durante un lapso de 72 a 96 horas. Luego los efectos colaterales pueden aumentar, llegando al extremo de creer que el mundo no existe o de que se puede tirar abajo una pared para huir con un grupo de beduinos del Zahara.

Más allá de las dificultades, y de que una importante cantidad de enfermos no pueden curarse, la granja-centro de rehabilitación Ernesto “Che” Guevara hace un importante trabajo de contención y tratamiento a los adictos. Brinda medicamentos gratuitos (ya mencionamos al Whisky y al paco), contención (incluso física, atando a los enfermos cuando se quieren suicidar dándose en la cabeza con libros de Lenin) y, por sobre todo, amor, mucho amor, incluso amor pago de mujeres profesionales que sirva para mostrarle a los pacientes que hay un sol sin SGFD.


Pablo Secsfield fue profesor de la cátedra de Psicoanálisis de la Universidad de Niza, hasta que fue despedido por acoso sexual en 1987.


[1] 1ro, saque el cuchillo. 2do clave el cuchillo en el preso iracundo que quiere matarlo porque tiene las pelotas por el piso de su verborragia frutera.



VOLVER

No hay comentarios.: