viernes, septiembre 03, 2010

Aguafuertes del Subsuelo 7


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... de las Violentas


Por Friederick Pellinski


¡Deporte! Tal vez a los asiduos lectores de estas aguafuertes les pueda llegar a parecer que los habituales concurrentes al subsuelo debían ser gente poco apta para cualquier actividad física que no fuera el sexo, pero bueno, se equivocan. Había un grupo que había hecho de aquel piso cuadriculado una arena para la práctica de la disciplina deportiva más difundida en los boliches: la lucha. Claro, me imagino que algunos de uds, ignorando el título de este texto, pensarán en una turba de pendencieros bravucones que andaban por la vida provocando peleas, en aguerridos valientes rebosantes de testosterona que, tras una noche de fracasos, necesitaban arreglar con los puños lo que no habían podido arreglar con su miembro viril. Pero no, se equivocan los que ignoran el título y aciertan los más precavidos y atentos. Estas páginas tratan sobre un rejunte de muchachuelas, las únicas que se peleaban en ese antro nocturno, dado que los hombres, salvo por algún desubicado calvo, gordo y nazi, rara vez tenían la vitalidad necesaria para el combate amateur.


La crónica cuenta que la noche en la que dieron su primer golpe no había sido particularmente movida hasta el momento de su aparición estelar, es más, casi podríamos afirmar que había sido tranquila, si no fuera porque ese adjetivo aplicado a una velada en el subsuelo siempre me sonará extraño. Pero, ciertamente, nada fuera de lo comúnmente anormal estaba ocurriendo allí abajo, apenas las danzas de siempre, el consumo cotidiano de alcohol y substancias prohibidas, y la explosión libidinal a las que estábamos acostumbrados.


De este modo seguimos hasta que, sin ningún tipo de advertencia, mis amigos y yo sentimos un temblor a nuestras espaldas, y tuvimos que corrernos para dejar camino a una especie de masa informe y negra que se movía en círculos con mucha agresividad. Cuando pudimos mirarla mejor, nos dimos cuenta de que lo que acababa de pasarnos por al lado, y casi por arriba, eran una especie de torbellino formado por cuero, botas, piercings, pelos, puños y los rostros de dos muchachitas delicadas que con la mano cerrada se reventaban la una a la otra. Este verdadero tornado se iba desplazando por toda la pista, al mismo tiempo de que nuevos focos se formaban con otras doncellas de diversos tamaños que se trenzaban a golpes como si fueran apacibles barrabravas presenciando un partido del ascenso argentino. El resto de los asistentes evitábamos el creciente remolino, que devastaba todo lo que se cruzaba por delante como si fuera el Demonio de Tazmania, y nos íbamos corriendo por todo el cuadriculado suelo para poder observar el espectáculo sin que corriera peligro ni nuestra integridad ni la de nuestros tragos.


Con el correr de los minutos, por suerte, las energías de las luchadoras parecieron agotarse y pudimos distinguir, al fin, a los miembros de los bandos en pugna. Una de las hordas, la que resultó triunfadora, estaba formada por algunas chicas que no era la primera vez que pisaban nuestro templo de los sábados a la noche: ya las teníamos identificadas. Se las contaba en cuatro o cinco, pero se destacaban tres: dos de ellas, de un tamaño considerable para ser hembras tanto en altura como en anchura, representaban la fuerza bruta; la tercera era pequeña y fogosa, y por lo general usaban esas cualidades para que fuera la encargada de lanzar el ataque, tanto físico (golpes), como moral (provocaciones).


De esta forma habían desarrollado estas muchachas su “modus operandi”, con el cual fueron edificando una reputación de descontroladas que no podrían perder ni aunque dedicaran el resto de su vida a realizar más tareas humanitarias que la Madre Teresa de Calcuta. Se presentaban en el subsuelo, bebían, bailaban, y si alguna las miraba un poco más cruzado de lo que ellas consideraban tolerable (y toleraban realmente poco), ¡boom!: había espectáculo.


Así, con esa actitud tan pizpireta, las chicas fueron las responsables de una verdadera hazaña. Uds., atentos lectores que devoran y analizan todo lo que leen, recordarán que hace un par de aguafuertes les hablé sobre “Psycho” (si no se acuerdan de ella es porque son unos quemados de mierda). Les conté que aquella chica, dueña de una mirada tan inquietante que hasta el día de hoy sigo viendo en pesadillas, fue expulsada por un grupo de muchachas que la golpearon salvajemente. Bueno, si por como vengo escribiendo el párrafo todavía no se dieron cuenta, las responsables de la proeza fueron estas amables señoritas que vengo mencionando. Fue una de ellas la que la encaró, sobrevivió al Ojo del Mal, y descargó su puño en un desordenado combate de dimensiones homéricas, virgilianas o, más exagerado aún, dragonballezcas, obligando a Psycho a no volver nunca más.


De esta manera, al alejar a una de las criaturas más temibles del mítico subsuelo, se podría entender que aportaron algo para la cordura del lugar, pero el quilombo que armaban era tan grande que sólo se había cambiado un delirio por otro: era como si se hubiese curado un dolor de cabeza taladrando el cráneo. Es cierto, los hombres nos sentíamos más tranquilos con ellas que con Psycho, dado que no solíamos ser víctimas de las explosiones de violencia de estas niñas, pero pobre de las otras chicas que iban allí abajo. Aquellas muchachas de las que se viene hablando en las aguafuertes, tan predispuestas al contacto con hombres o con otras mujeres, y por lo tanto tan amadas y necesarias para nosotros, se encontraban en constante riesgo y podrían convertirse en una especie en vías de extinción en un futuro no muy lejano… ¿y después que podríamos hacer? ¿Ir a buscarlas a otro boliche? ¿Nos atreveríamos a tanto?


En conclusión, las Violentas aparecen como un ejemplo de que los estereotipos que existen sobre los que concurren al subsuelo son absurdos, y así se presentan como fervientes combatientes contra el prejuicio. Se dice que allí abajo reina la depresión, pero ellas están más cerca de una alegre ira que de la tristeza. Hay quienes creen que en el piso cuadriculado sólo se ve gente a la que le falta ánimo, y ellas, a los golpes, dieron toda la impresión de que la energía les sobraba por los cuatro costados. Se afirma que adentro todo el mundo quiere matarse, y esas chicas quieren matar a todo el mundo menos a ellas mismas. Y así es que entendemos por qué este grupo apareció allí abajo: para enriquecer al subsuelo, para darle más variedad. Es cierto, a veces preferiríamos que nuestro hogar de fin de semana a la noche fuera mucho más pobre, pero bueno, no seamos como la gata flora y, como suele rezar el dicho popular: “mejor que sobre y no que falte”.


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2 comentarios:

migapan dijo...

A ver si se apuran los redactores, ¿cuantos meses hay que esperar las Aguafuertes?

Como los MD: ¡¡Me encanta!!

Revista ¡Lo qué? dijo...

Antes de que el año acabe, tendréis el número 9 de ¡Lo qué? que incluirá la octava entrega de las aguafuertes.
A no desesperar, que estamos trabajando para ud